Sin sentir el frío tan cortante
Entre los mimos de mi frazada
Puse mis ojos adelante,
Y avancé con el alma descalza.
Quise pensar en ilusiones,
Que de porvenires me pintara,
Pero aquellos no eran colores,
Que duraran a pesar del agua.
Sentí que el vuelo nocturno,
Y la palabra sin sentido,
Desgarraron así mis ojos,
Sin yo haberlo entendido.
Ahora ya ciego y un poco sordo,
Con el cuerpo aún dolido,
Veo que amanece un cielo rojo,
Recuerdo que ahí esta mi amigo.
Ese que siempre acompaña,
Largas horas de hastío,
Ese que consuela mi alma,
Cuando viene el dolor tardío.
Camino mi camino sin prisa,
Huyendo de tanto espanto,
De sueños y recuerdos buenos,
Que hieren tan sólo pensarlos.
Porque junto con aquello,
Parte de mí se fue borrando,
Ya no soy ni parte ni todo,
Sólo soy si sigo avanzando.
Y mi Amigo que me mira,
Desde un cielo azul dorado,
Me cuenta de amaneceres,
En que todo habrá pasado.
Le creí esperanzado,
Volví de nuevo al salmo,
Códigos de números eternos,
Que recorren todo mi manto.
La tristeza siempre aliada
De Su eterna pedagogía,
Me deja un poco sabio,
Y un poco tonto, en mi alegría.
Mis dedos recorren las letras,
Que conectan tantas dimensiones,
Que acallan mi desconsuelo inmenso,
Y me llenan de dulces canciones.
¿Qué espera Adoneinu,
Para llamarme a acompañarlo?
El mundo lo hizo tan bueno,
Y el hombre lo entristece tanto.
En tus brazos hallaré cobijo,
En ellos no habrá más llanto,
Me lavarás de tanta muerte,
Tanta mentira, y desencanto.
Me dirás de todo aquello,
Que en secreto habrás callado,
Descansaré en tu mano tibia,
Sabré lo que es sentirse amado.
Y me juzgarás con cariño,
Perdonando de mí lo errado,
Volveré a ser un niño,
Volveré a ser tan blanco.
Mientras entre malajím,
No dejes así de observarme,
Sin Tu mano ni Tu letra,
Caeré, mas no podré levantarme.
Levántame en tus fuerzas,
Y suprime mi cansancio,
En alas EinSof me lleva,
Hashamáim me está esperando.
Entre los mimos de mi frazada
Puse mis ojos adelante,
Y avancé con el alma descalza.
Quise pensar en ilusiones,
Que de porvenires me pintara,
Pero aquellos no eran colores,
Que duraran a pesar del agua.
Sentí que el vuelo nocturno,
Y la palabra sin sentido,
Desgarraron así mis ojos,
Sin yo haberlo entendido.
Ahora ya ciego y un poco sordo,
Con el cuerpo aún dolido,
Veo que amanece un cielo rojo,
Recuerdo que ahí esta mi amigo.
Ese que siempre acompaña,
Largas horas de hastío,
Ese que consuela mi alma,
Cuando viene el dolor tardío.
Camino mi camino sin prisa,
Huyendo de tanto espanto,
De sueños y recuerdos buenos,
Que hieren tan sólo pensarlos.
Porque junto con aquello,
Parte de mí se fue borrando,
Ya no soy ni parte ni todo,
Sólo soy si sigo avanzando.
Y mi Amigo que me mira,
Desde un cielo azul dorado,
Me cuenta de amaneceres,
En que todo habrá pasado.
Le creí esperanzado,
Volví de nuevo al salmo,
Códigos de números eternos,
Que recorren todo mi manto.
La tristeza siempre aliada
De Su eterna pedagogía,
Me deja un poco sabio,
Y un poco tonto, en mi alegría.
Mis dedos recorren las letras,
Que conectan tantas dimensiones,
Que acallan mi desconsuelo inmenso,
Y me llenan de dulces canciones.
¿Qué espera Adoneinu,
Para llamarme a acompañarlo?
El mundo lo hizo tan bueno,
Y el hombre lo entristece tanto.
En tus brazos hallaré cobijo,
En ellos no habrá más llanto,
Me lavarás de tanta muerte,
Tanta mentira, y desencanto.
Me dirás de todo aquello,
Que en secreto habrás callado,
Descansaré en tu mano tibia,
Sabré lo que es sentirse amado.
Y me juzgarás con cariño,
Perdonando de mí lo errado,
Volveré a ser un niño,
Volveré a ser tan blanco.
Mientras entre malajím,
No dejes así de observarme,
Sin Tu mano ni Tu letra,
Caeré, mas no podré levantarme.
Levántame en tus fuerzas,
Y suprime mi cansancio,
En alas EinSof me lleva,
Hashamáim me está esperando.